Retomamos Ya vamos de Ronja von Rönne. La historia de Nora continúa, pero como ya se han establecido las bases para que tengáis curiosidad por el libro, vamos a centrarnos en lo que prometíamos en la primera parte de nuestro artículo, ¿cuáles son las preguntas que subyacen en la literatura millennial? La novela en sí es una gran muestra de los sentimientos contemporáneos, como desarrollaré a continuación, por lo que no se la debe rechazar porque, en concreto, haga una mal formulación (yo diría incluso que poco respetuosa) sobre una realidad que ha de tener voz y ser comprendida: el poliamor.
Una explicación inconveniente: el poliamor
No soy experta en la cuestión, pero llevo informándome desde hace tiempo sobre la cuestión y considero que lo que nos muestra Ronja en la novela puede llevar a confusión y rechazo. El poliamor consiste en una relación simultánea con varias personas, con el conocimiento y consentimiento de todos los implicados. En este sentido la novela sí es fiel a la definición, pero no a su sentido profundo. El amor, se supone, ha de ser desinteresado, ya sea una relación monoamorosa o poliamorosa. Sin embargo, el hecho de mostrarnos como los miembros de esta relación se utilizan unos a otros para poder afrontar sus problemas psicológicos, el hecho de que en realidad se deduce que lo que sucede es que hay dos relaciones cruzadas que emplean este sistema para no afrontar sus problemas, hace que se malentienda la noción e poliamor. Esto ahora no nos conviene, ahora que se está dando voz a todas las maneras de amar. Por supuesto que habrá ocasiones en la que esto sea así, pero no consiste en esto. Si fuera solo la protagonista, se puede entender la utilización del tropo, pero es que todos los personajes emplean la relación del mismo modo. De hecho, la propia novela deja claro su punto de vista escéptico ante esta realidad a través de un personaje que intenta encontrar sus puntos débiles. La relación poliamorosa no es aguantar no ser el único para no sentirse solo, no es un «nosotros cuatro para siempre y contra todo».
A nuevas preguntas, nuevas respuestas: la literatura millenial.
Y siguiendo la parte crítica, debemos reconocerle a la novela, siempre bajo mi punto de vista, que le pasa como a todas las narraciones que intentan hablar de «lo mal que nos va y lo sufridores que somos», no se acerca a la realidad de los hechos.
Bien es cierto que alguien podría argumentar que encuadrados en Alemania esto es real, pero no tiene nada que ver con el contexto, tiene que ver con la fabulación y fantasía. Me explico. Todas estas historias, ya sean novelas o series, llevan los problemas de la generación millennial a un nivel vivencial y social de manera que están ignorando, y casi diría ocultando, uno de los motivos por el cual nuestra generación está tan en la mierda. El trabajo. Y, sin embargo, en estas narraciones, todos los personajes deben tener trabajo porque si no, no tienen el desahogo consumista (fiestas, ir a bares, tener citas banales, irse de viaje...) que les ayude con sus problemas psicológicos, y, además, aunque su vida sea una auténtica mierda y su melancolía los rodee fatalmente, nunca pierden el trabajo, aunque no vayan, aunque se tomen vacaciones cuando quieren. Es ridículo.
Sin embargo, quitando esta cuestión, que entiendo que no se trata del caso concreto de la novela de Ronja, porque la fabulística contemporánea (el sistema económico) no nos permite ser tan decadentes, sí hay nuevas preguntas que necesitarían nuevas respuestas. Esta novela sí nos da un perfil de nosotros mismos que creo que muestra por qué a nuestra generación, los millenials, nos abruma la melancolía.
Somos una generación hiperconectada, frente a la incomunicación generalizada de los siglos anteriores, los habitantes del silgo xxi saben todo de todos y en cualquier momento. La información se diluye en lo que mostramos y sobreentendemos, y eso nos provoca una falsa sensación de tener la situación controlada, de saber más y por ello creernos superiores. Ronja lo tiene claro y nuestra generación tiene que empezar a tenerlo también:
Todos se consideraban mutuamente correctos, críticos, moralmente superiores y aburridos a morir. […] mujeres que publican en las redes sociales selfies donde rodean una taza de café con las dos manos, etiqueta #homeoffice, porque si ponen #sintrabajo muy poca gente hace clic en «me gusta».
Tenemos que tener en cuenta que podemos saber todo, lo que vemos, pero que no es la realidad. Casos sorpresa de personas que comienzan un tiroteo, se suicidan, terminan en la calle o, sin ser menos dramáticos, terminan en el voluntariado, nos llegan todos los días y la respuesta del resto siempre es la misma. «Nunca me lo hubiera imaginado de ella»
Se sabía, sin hablar con nadie, a cuál de los tres partidos en cuestión se votaba […], se sabía que la manzana ecológica tenía que ser arrugada porque de lo contrario nadie ve en qué consiste el sacrificio, eran conocidas las teoría pedagógicas de Montessori y Waldorf, se conocían relaciones hondamente desdichadas con interior de buen gusto, se conocía el miedo a la caída, la poca fiabilidad de la exclusiva clase media, se sabía emplear tópicos, no se sabía qué podía oponerse a todo eso, no se sabía qué hacer consigo; éramos muchos, demasiados.
Y esta obsesión, compulsiva casi, de saber y, por cierto, de ser demasiados, no nació de la nada en el género humano. Somos herederos de lo que nos han dado, y escribiendo esta frase estoy haciendo honor de otra de las cuestiones de nuestra generación, el querer eliminar la culpa de nuestro horizonte (al igual que hace Nora, como hemos comentado antes).
Jonas explicó que todo aquello estaba muy bien, que éramos la generación que renueva, cosa que se denomina epigenética, éramos la mejor protegida y más depresiva de todas las generaciones, nosotros habíamos asimilado disparos en la pierna, hijos perdidos y telones de acero, nosotros habíamos asimilado trincheras. No debemos tener ningún motivo para nuestra tristeza, la cual está impresa cansinamente en nuestro ADN.
Pero, siendo realistas esto no es verdad, en parte, cierto es que somos la generación más protegida, el problema es que no sabemos qué hacer con nuestro tiempo. Nos dieron un mundo de posibilidades y nos explicaron que estas dependen de nosotros. La broma fue que ellos tampoco sabían que eso era mentira. La hiperconectividad derivó a la globalización y esta nos ha llevado a ser ciudadanos del mundo, y este es muy grande, somos una mota minúscula de polvo para él.
Claro que no era epigenética. Era nuestra hiperreflexión neurótica, el continuo preguntarse por el papel propio, la maniática dedicación a nosotros mismos, el tiempo que se abría ante nosotros desierto e infinito y el aburrimiento incierto de nuestras vidas arenosas.
Ante esto lo que hacemos es ruido, para no ver el vacío (de trabajo, social, emocional, sentimental...) que se abre ante nosotros. Nora, como hemos visto en la primera mitad del artículo, lo rellena dejándose llevar, dejándose hacer. Quizá, si dejáramos que el silencio nos rodeara y nos dijera la verdad, podríamos encontrar la solución. Sin embargo, y esa es la falsedad de estas narraciones, necesitamos tiempo, cosa que los personajes sí tienen. Nos dieron todo el tiempo del mundo, pero no podemos parar ni un segundo porque, si no, nos come el coco.
Puede que sea una generación hiperconectada, pero el aisalmiento sigue igual. Y ante lo de la globalizacion siguen dando bulla con más fuerza aquellos que se oponen con mayor violencia a la integración, es una contradiccion diaria que espero que llegue a resolverse.
ResponderEliminarSaludos :)
Una contradicción diaria y fascinante, la verdad. En el momento en el que nos reconozcamos con una parte diferente del todo, puede que vivamos un poquito más tranquilos.
EliminarUn saludo :)